Pero aún faltaban más de 80 expedientes. De estos casos solo conocían lo que la escueta ficha en la prisión indicaba: el nombre del condenado, su edad aproximada y la fecha y lugar de la sentencia. A partir de ahí, los voluntarios de Reprieve y los estudiantes de Cornell, con la ayuda de los asesores legales (personas con amplios conocimientos de derecho aunque sin titulación de abogado), comenzaron las investigaciones para elaborar los argumentos necesarios para la defensa. Los asesores legales juegan un papel fundamental en el proyecto, porque son los que logran que haya comunicación, cooperación y coordinación entre el proyecto y las cárceles, los tribunales, los condenados y las comunidades en las que estos se reinsertan. Son los que conocen las costumbres, las creencias y las necesidades de la población. También son el nexo entre los extranjeros y los locales. Y los únicos capaces de guiar a los voluntarios por el dédalo de caminos polvorientos y sin señalizar que llevan hasta las aldeas, por que en Malawi solo están asfaltadas las carreteras principales y cuando empiezan las lluvias, la conducción se complica aún más. También ayudan a los detenidos a entender todo el proceso por el que van a pasar y explican a los abogados y estudiantes extranjeros las causas de lo que sucede. Son, en palabras de su director en la ciudad de Lilongüe, Alfred Munika, ‘el lubricante’ del sistema judicial. Gracias a ellos puede funcionar la rueda de la justicia.
El primer paso fue entrevistar a los presos indocumentados una segunda vez y a partir de ahí visitar las aldeas para entrevistar a los familiares, a los posibles testigos, a los jefes tradicionales y a veces a la familia de las víctimas para conseguir recopilar todos los datos posibles sobre las circunstancias del crimen y los posibles atenuantes en cada caso. Se llegó a la conclusión de que algunos de los acusados eran inocentes de los crímenes por los que habían sido condenados. Otros eran menores en el momento del crimen. Varios casos mostraban evidencias de que los condenados eran discapacitados intelectuales, estaban mentalmente enfermos o padecían una lesión cerebral traumática tras sufrir malaria u otras enfermedades. A menudo las circunstancias de los crímenes cobraban un nuevo sentido al descubrirse que eran el resultado de una provocación anterior, como el caso de un joven que fue condenado por matar a su padrastro, cosa que hizo después de que este hubiera golpeado a su madre casi hasta la muerte.
Los asesores legales juegan un papel fundamental en el proyecto, porque son los que logran que haya comunicación, cooperación y coordinación entre el proyecto y las cárceles, los tribunales, los condenados y las comunidades en las que estos se reinsertan.
Katie Campbell, abogada voluntaria de Reprieve, y Joel, un estudiante de Derecho de Zomba se entrevistan con Daniel Teputepu, condenado a muerte en el año 2001, para preparar su defensa. Prisión de Zomba, 2016.
Con toda la información recogida, se redactaron declaraciones juradas, se recopilaron informes médicos, certificados de estudios o de buen comportamiento en prisión. Todo lo que pudiera ser aportado como prueba en el juicio. No fue fácil. Solo intentar averiguar la edad del condenado, si se sospechaba que pudiera haber sido menor de edad en el momento de cometer el delito, era ya una odisea. Malawi no tiene un Registro Nacional de Nacimientos y mucha gente no sabe cuándo nació. Se intenta deducir con preguntas a sus familiares del tipo ¿Quién era el presidente del país cuando él nació? ¿Iba a la escuela cuando sucedieron los hechos? No se puede probar la edad al 100%, pero sí se pueden buscar argumentos que lo sugieran.
“Vimos muchos casos de presos que eran menores en el momento de cometer su crimen; es decir, que bajo la Constitución de Malawi y bajo la ley internacional, nunca debieron estar condenados a muerte”, comenta Sandra. “Pero por el retraso y acumulación de causas, siempre transcurren al menos cinco o seis años hasta que tiene lugar el juicio. Es decir, que para entonces son adultos y nadie se pone a calcular si eran menores o no cuando se cometió el delito. Y el preso en cuestión tampoco sabe la importancia de investigar cuál es su edad real y el efecto que esto tendría para su sentencia. Entonces pierden la oportunidad y muchas personas acaban siendo condenados a muerte por que nadie se ha dado cuenta de su condición de menores”.
Los resultados del Proyecto Kafantayeni han superado las expectativas de todas las partes implicadas. Sandra nunca pensó que conseguirían un éxito de las proporciones logradas.
Finalmente, se habla con los funcionarios de prisiones. La cárcel de Zomba, la única cárcel de máxima seguridad del país, es en la que se encierra a los condenados a muerte. Su director en 2016, el alcaide Manwell, es extremadamente amable y cooperador. Todos los funcionarios conocen el Proyecto Kafantayeni e informan de la conducta en prisión de los condenados o de si asisten a clases y de cosas por el estilo. También pueden sugerir la presencia de problemas mentales en algunos de ellos. En esos casos el proyecto contacta con los psicólogos del hospital San Juan de Dios en Mzuzu o con el servicio de salud mental del hospital de Zomba. Para los casos más graves o complicados, Babcock desplazó a Malawi a George Woods y a Richard Dudley, psiquiatras estadounidenses expertos en análisis de salud mental en centros penitenciarios. También a la psiquiatra sudafricana Colleen Adnams.
Toda la información recogida conforma el expediente que el abogado presentará ante la corte, y que él jamás habría tenido tiempo de preparar sin la ayuda del equipo de voluntarios y asesores.
Los resultados del Proyecto Kafantayeni han superado las expectativas de todas las partes implicadas. Sandra nunca pensó que conseguirían un éxito de las proporciones logradas. Las primeras audiencias comenzaron en febrero de 2015 y en mayo de 2018, un año después de finalizar el proyecto, de los 168 presos que podían acogerse a la sentencia de Kafantayeni, 154 habían superado todo el proceso de la repetición de sus audiencias con los siguientes resultados: 126 habían sido puestos en libertad, bien tras terminar de cumplir su nueva pena o bien de inmediato al conmutarse su condena por un período de reclusión ya cumplido, a veces con creces. Otros 27 estaban terminado de cumplir sus nuevas penas. Solo uno de ellos fue condenado a cadena perpetua.
De los catorce restantes, lamentablemente dos murieron antes del juicio o de salir su sentencia y doce estaban todavía en proceso de volver a ser juzgados. Estos casos estaban pendientes, bien porque su primer juicio fuese posterior a la sentencia Kafantayeni, aunque el delito se cometiera en una fecha anterior, o bien por dificultades procesales, como que la ley permite cambiar la pena pero no permite cambiar el sentido de la sentencia anterior. Así, si se descubre que el acusado es inocente, paradójicamente el caso entra en un limbo legal difícil de resolver.
Sandra Babcock se reúne en la sede de los asesores legales (PASI) para organizar los viajes de control de las reinserciones en las comunidades a las que han regresado presos recientemente liberados. Lilongüe, 2016.