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1. ESTADOS UNIDOS

Un condenado no es un culpable

Son muchas y muy poderosas las razones que se argumentan en defensa de la abolición de la pena capital en los Estados Unidos. Se ha demostrado que no disuade a los delincuentes, que es racista, que afecta casi exclusivamente a los pobres que tienen menos acceso a los recursos legales necesarios para defenderse adecuadamente, que es más costoso para el Estado que mantener a alguien con vida en prisión, que es tortura y que hipócritamente intenta castigar el homicidio matando. Pero ningún argumento en contra de la pena de muerte tiene tanta repercusión entre los estadounidenses como el del riesgo de que se acabe ejecutando a una persona inocente.

La pena capital fue reinstaurada en los Estados Unidos en 1976, después de una breve moratoria. Desde entonces, las estadísticas muestran que por cada diez personas ejecutadas, hay una que consigue demostrar su inocencia y ser exonerada de toda culpa después de haber pasado una media de más de diez años en prisión luchando por su vida. De lo que se deduce que en estos momentos hay un altísimo número de personas erróneamente condenadas a muerte y en espera de ser ejecutadas.

Hay muchas causas por las que el número de condenas equivocadas es tan escandalosamente elevado. El abuso de las condenas a muerte para obtener influencia política es una de las principales. En muchos estados, no solo los candidatos a la Oficina del Gobernador hacen campaña apoyando enérgicamente la pena capital, también los jueces y los fiscales alardean del número de personas que han enviado al corredor de la muerte sabiendo que la fama de luchar duramente contra el crimen les hará ganar votos. Esta rentabilidad política de la pena capital es la causante de la corrupción del sistema. Para conseguir inculpar y condenar a alguien se llegan a presentar pruebas falsas, se fuerzan confesiones y se paga por falsos testimonios que permiten que se acabe ejecutando inocentes. Inocentes que normalmente pertenecen a los sectores más pobres y vulnerables de la sociedad norteamericana. Un estudio presentado en 2017 por el Centro de Información sobre la Pena de Muerte (CIPM) revela que, de las 23 ejecuciones realizadas ese año, en el 90% de los casos los condenados presentaban evidencias significativas de enfermedades mentales, de incapacidad intelectual, de daños cerebrales o de trauma severo. O indicios de inocencia.

Los partidarios de la pena de muerte sostienen que la liberación de tantas personas inocentes del corredor de la muerte es la evidencia de que el sistema funciona y de que las nuevas tecnologías y avances forenses, como los análisis de ADN, evitan que se cometan errores irreversibles. Nada más lejos de la verdad. Cuando los presos condenados a muerte son exonerados, casi siempre es gracias a factores extrajudiciales. El trabajo incansable de los abogados o las investigaciones de periodistas y estudiantes son las que consiguen que las personas sean exoneradas. Las personas inocentes son liberadas del corredor de la muerte no gracias al sistema, sino a pesar de este.

Otro mito ampliamente aceptado, es que los exonerados reciben una compensación por sus años encarcelados erróneamente y que se les proporciona asistencia para su reintegración. Lo cierto es que la mayoría de ellos regresan a sus comunidades con poca o ninguna ayuda para su reinserción en la sociedad. Muy pocos son indemnizados. Aterrizan de golpe en un mundo bastante diferente al que dejaron, casi sin recursos para encontrar una vivienda, con un síndrome de estrés postraumático severo y con habilidades laborales limitadas o nulas. Requieren atención médica para tratar sus secuelas físicas y psíquicas, pero no tienen ningún acceso a la misma. Lloran a sus familiares y amigos desaparecidos, y el tiempo perdido. Luchan por manejar la falta de confianza, la ira y la depresión que han acumulado mientras se encontraban en el corredor de la muerte por crímenes que no cometieron.

Witness to Innocence fue fundada en el año 2005 por la monja Helen Prejean, autora y protagonista del libro Death man walking, interpretada por Susan Sarandon en el cine. Es la única organización en los Estados Unidos dedicada a empoderar a los exonerados del corredor de la muerte para que sean la voz más eficaz en la lucha por la abolición de la pena capital en el país. También proporciona una red de apoyo entre iguales para los exonerados, la mayoría de los cuales no recibe ayuda ni compensación económica alguna al abandonar la prisión.

1.1. Los exonerados

Los exonerados miembros de Witness to Innocence han construido una red de apoyo y solidaridad que hace de su voz el arma más poderosa para luchar por la abolición de la pena capital en los Estados Unidos

Dave Keaton

Trece meses en el corredor de la muerte de Florida y un total de ocho años en prisión (1971–1979).

Septiembre de 1970. Tres hombres negros armados entran en una tienda de comestibles en la ciudad de Quincy, Florida. Encierran en el sótano al dueño y a sus empleados y desvalijan la caja. En ese momento, el sheriff del condado se detiene en la misma tienda para hacer unas compras de última hora y se encuentra con los atracadores. Se produce un tiroteo y el sheriff muere.

Tres meses más tarde, David, que está bajo sospecha por un robo no relacionado con el atraco, es detenido acusado de ser uno de los hombres involucrados en el asalto. Este suceso en el que se vieron atrapados cinco jóvenes afroamericanos, saltó a los medios de comunicación como el caso de ‘Los cinco de Quincy’.

Tras tres días de interrogatorios con palizas y amenazas, en los que a pesar de sus súplicas no se le permite hablar con su madre ni buscar un abogado, los investigadores consiguen forzar su confesión ignorando su coartada: David había estado conduciendo a su madre al hospital. Y a pesar de que los detalles que relata sobre el número de participantes, las armas utilizadas o la ubicación del coche en que se fugan, no coinciden con los datos de la policía y de que en el juicio declara ser inocente y haber sido coaccionado y torturado durante su interrogatorio, el 6 de mayo de 1971, un jurado formado exclusivamente por blancos le condena a muerte después de que las víctimas del robo le reconocen como el autor de los disparos. Tenía 18 años.

Unos meses más tarde, un hombre es arrestado por homicidio y confiesa a su abogado los nombres de tres hombres que afirma son los verdaderos autores del crimen de la tienda de Quincy. Un investigador privado, Joe Aloi, comienza a seguir el caso y finalmente encuentra una huella dactilar y otras evidencias que incriminan a esas tres personas. También descubre que el operador del polígrafo en el caso de Keaton tiene un dilatado historial de extraer confesiones falsas de sospechosos sin presencia de sus abogados.

Los tres hombres son juzgados y condenados a muerte en el otoño de 1971 y, como consecuencia, la Corte Suprema de Florida le concede a Keaton un nuevo juicio. Finalmente, aunque el estado nunca llega a admitir su error, se retiran los cargos en su contra por falta de pruebas y en julio de 1973 es exonerado de su condena de muerte. Al estar también sentenciado por robo, no es puesto en libertad hasta 1979.

David Keaton se convirtió en el primer condenado muerte exonerado en los Estados Unidos. Estuvo un total de trece meses en el corredor de la muerte, en régimen de aislamiento, en una celda tan pequeña que podía tocar las paredes de ambos lados si extendía sus brazos en cruz. Solo salía al patio una vez al mes y desde la ventana de su celda podía ver cada día la silla eléctrica. Nunca se recuperó del trauma sufrido. Pasó el resto de su existencia intentando rehacer su vida y luchando contra el estigma de haber sido declarado culpable de asesinato y condenado a muerte. Nunca pudo conseguir un trabajo. Estuvo una temporada viviendo en la calle, adicto al crack y a la cocaína. Se convirtió en un solitario. Jamás se le indemnizó ni tuvo ayuda para su reinserción. Falleció a los 63 años. Su único y verdadero éxito desde que salió de prisión fue ser uno de los fundadores de la asociación Witness to Innocence.

Delbert Tibbs

Tres años en el corredor de la muerte de Florida (1974–1977).

Nace en 1939 en Misisipi. Es el menor de doce hermanos en una familia de aparceros negros que pronto se mudan a Chicago con la idea de prosperar. A los doce años comienza a ir a la escuela. Aprende a leer y a escribir y es por primera vez consciente del racismo imperante a su alrededor. Promete a su madre que va a tener una educación. Empieza a trabajar y se apunta a una escuela nocturna para seguir estudiando, pero el apogeo de los movimientos civiles que luchan por los derechos de la población negra le hace replantearse su vida. Delbert se entera de que los seminarios de blancos han abierto las puertas a la gente de color y deja el trabajo para hacerse seminarista. Es la época más plácida de su vida. Estudia arte y teología y puede leer todo el día sin sentirse culpable.

Pero pronto siente que le queda mucho mundo por recorrer. Deja el seminario, vende su coche y empieza a viajar por el país haciendo autostop. Siendo negro y midiendo casi dos metros, poca gente se presta a llevarle. Así que la mayor parte del tiempo viaja a pie o en trenes de mercancías. Se costea sus gastos trabajando durante tres o cuatro días y con ese dinero viaja un par de semanas hasta que tiene que volver a trabajar. Duerme en cualquier parte, en vagones de tren, debajo de puentes o en coches.

En febrero de 1974, está en Florida haciendo autostop cuando es detenido por la policía e interrogado sobre la violación de una joven de 17 años y el asesinato de su compañero de 26, en Fort Myers, a 350 Km de donde él se encuentra. Las víctimas estaban haciendo autostop cuando fueron recogidas por un hombre negro que mata al chico y a ella la viola y la deja en la cuneta sangrando e inconsciente. Después de interrogarle y fotografiarle, la policía le deja en libertad, ya que no coincide con la descripción del violador que según la chica es un hombre negro de 1´70 metros de altura, con tez oscura y un pelo afro voluminoso; Delbert mide 1´92 metros, tiene la tez clara y el pelo corto. Sin embargo, cuando las fotografías son enviadas a Fort Myers, la mujer cambia su descripción del criminal y reconoce a Delbert como el asesino de su novio. Inmediatamente se emite una orden de arresto y Delbert es detenido y encarcelado. En el juicio, además del testimonio de la joven, la Fiscalía presenta la declaración de un recluso que afirma que Tibbs le ha confesado el crimen y un jurado totalmente blanco le condena a muerte. Su caso genera un movimiento social importante entre los activistas, que ven una clara discriminación por el hecho de que Delbert sea de raza negra. Tibbs es percibido como un hombre prepotente que se sale de los canales establecidos para los negros. “Viajar así es correcto si eres Jack Kerouak, pero no si eres un hombre negro y pobre”, diría después. Celebridades como Joan Baez o Pete Seeger se involucran en campañas que recaudan fondos apoyando su causa.

Finalmente, el caso se reabre y en 1976 la Corte Suprema de Florida revoca la condena sosteniendo que no existe ninguna evidencia física que vincule a Delbert con el crimen. El informante de la cárcel reconoce que le acusó con la esperanza de recibir clemencia en su propio caso. También la chica admite que había estado fumando marihuana el día del crimen, lo que claramente pudo desvirtuar su identificación.

Delbert es liberado en enero de 1977. El fiscal no retira todos los cargos contra él hasta 1982. Vuelve a Chicago. Dedica el resto de su vida a escribir poesía y a luchar por la abolición de la pena de muerte.

Delbert Tibbs conducido por la policía. Florida, 1974.

Ray Krone

Diez años en la cárcel de Arizona (1992–2002), tres en el corredor de la muerte.

Krone trabaja en Correos y no tiene antecedentes penales. De joven se graduó entre los mejores de su instituto y pasó seis años en la fuerza aérea, donde se licenció con honores. Un buen día es detenido acusado de asesinar a la camarera de un bar de Phoenix al que suele ir a jugar a los dardos. La policía sabe que Krone ha estado allí la noche del crimen y le detiene para interrogarle, tomar muestras de su sangre y hacer un molde de su dentadura para cotejarla con las mordeduras aparecidas en el cuerpo de la víctima. Dos días más tarde, el 31 de diciembre de 1991, es arrestado. La prueba principal en el juicio la aporta un experto en marcas dentales que le atribuye las mordeduras. Krone es condenado a muerte pese a que ni las huellas dactilares analizadas coinciden con las suyas ni las marcas de pisadas encontradas son del tamaño de su pie. En 2001 se aprueba una ley que permite solicitar pruebas de ADN. Su solicitud es aceptada a pesar de la oposición del fiscal. Los resultados prueban su inocencia y señalan al responsable. En 2002 es finalmente exonerado e indemnizado con cuatro millones de dólares.

Randal Padgett

Cinco años de cárcel en Alabama (1992–1997), tres de ellos en el corredor de la muerte.

En agosto de 1990, Cathy Padgett es encontrada muerta en su casa de Arab, Alabama. Ha sido apuñalada 46 veces y presenta indicios de haber sido violada. Estaba recién separada. Su exmarido, Randal Padgett, tiene una relación con otra mujer, y eso le convierte en el principal sospechoso. La policía le interroga y toma muestras de su sangre. Dos meses después es arrestado. Su abogado le intenta convencer de que se declare culpable y reciba cadena perpetua, pero él se niega. Los fiscales afirman en el juicio que su ADN coincide con el encontrado en la escena del crimen. Es condenado a muerte en 1992. En 1995, el Tribunal de Apelaciones de Alabama anula la condena al descubrirse que el Estado no había revelado que un segundo análisis de ADN mostraba que los restos no pertenecían a Padgett. Para afrontar el segundo juicio, vende su casa, su granja, los coches y todo lo que tiene y contrata a un abogado experto que demuestra que las pruebas existentes apuntan a una compañera de trabajo con la que el acusado había tenido una aventura amorosa. Es absuelto en 1997.

Shujaa Graham

Ocho años en varias cárceles de California (1973–1981), cinco de ellos en el corredor de la muerte.

Años 50 del siglo XX. Luisiana. Shujaa Graham es hijo de aparceros negros que trabajan en los campos de algodón del sur donde reinan el racismo y la segregación. Con once años se traslada con su familia a la zona de Compton–Watts de Los Ángeles, probablemente la peor zona de la ciudad en términos de violencia y pobreza. Ahí se une a las pandillas del barrio y empieza a tener problemas con la justicia. Pasa toda su adolescencia entrando y saliendo de centros de menores, hasta que cumple 18 años y es condenado a cinco años de prisión por robo. Le encierran en la Prisión Estatal de Soledad. En el furgón camino de la cárcel Shujaa se sienta junto al activista negro Yassin Mohammed. Enseguida entablan amistad y oye hablar por primera vez de Martin Luther King y de Malcolm X. En prisión aprende a leer y a escribir. Estudia historia y política y se acaba convirtiendo en un líder del creciente Movimiento Negro dentro del sistema penitenciario de California, que lucha contra el racismo, por la justicia y la educación y para que los presos negros se unan contra la brutalidad de los guardias blancos.

En 1973 es trasladado a la cárcel de Stockton, donde a los pocos meses de llegar se produce un motín en el que un vigilante es apuñalado mortalmente. Graham y un compañero, Eugene Allen, son acusados del asesinato. En un primer juicio, el jurado no puede determinar su culpabilidad, pero en un segundo juicio son declarados culpables y sentenciados a morir en la cámara de gas de la prisión de San Quintín. Shujaa pasa los siguientes cinco años en el corredor de la muerte de San Quintín. Los seis primeros meses aislado. Protagoniza protestas y huelgas de hambre sin ningún resultado hasta que, milagrosamente, dos estudiantes de secundaria aparecen en la cárcel dispuestos a ayudarle. Habían asistido al juicio y estaban recaudando dinero y trabajando para que se reabriera su caso. En 1979, la Corte Suprema de California anula su condena alegando que todos los posibles jurados afroamericanos habían sido rechazados por el fiscal del distrito durante el segundo juicio. Había sido juzgado por un jurado 100% blanco.

Shujaa es trasladado a la cárcel del condado en espera de un nuevo juicio. Para entonces está en un estado de alerta casi paranoico y no confía en nadie. Todo cambia cuando llega una nueva trabajadora a la prisión que poco a poco comienza a ganarse su confianza. Phyllis Prentice es una enfermera blanca de buena familia, que en la universidad se da de bruces con los movimiento anti–Vietnam, con Martin Luther King y con los movimientos de mujeres del 68. Ahí comienza su activismo político y social. Trabajando en la prisión se enamora de Shujaa y comienzan una historia de amor clandestina.

Cuando tiene lugar el tercer juicio, este acaba sin un veredicto unánime del jurado. Para entonces Phyllis ya ha dejado el trabajo en la prisión y se dedica a tiempo completo a trabajar por su liberación. Finalmente, en un cuarto juicio, ante la ausencia de pruebas incriminatorias, Shujaa es declarado inocente. Es puesto en libertad en marzo de 1981.

Shujaa y Phyllis se mudan a San Francisco donde comienzan una vida juntos y tienen tres hijos. La convivencia no es fácil. Shujaa ha dejado dentro de la cárcel a muchos compañeros y esto le supone una dura carga psicológica. Las secuelas que acarrea después de su paso por el corredor de la muerte le hacen difícil reinsertarse en la sociedad. Decide aprender jardinería y montar su propia empresa porque no soporta trabajar en sitios cerrados. Phyllis vuelve a ejercer de enfermera, ya fuera de prisión. Hoy viven en Maryland. Han tenido tres hijos y varios nietos. Juntos han seguido trabajando activamente contra el racismo y por la abolición de la pena de muerte.

35 años después de su liberación, Shujaa Graham y Phyllis Prentice reúnen en su casa a sus tres hijos y a sus seis nietos para celebrar la cena tradicional del día del padre: cangrejos picantes con mantequilla líquida. Maryland, junio, 2016.
Shujaa Graham. Fotografía escolar. Lake Providence, Louisiana, 1959–1960.
Lee Graham y Ophelia Graham, los abuelos de Shujaa en su casa de Lake Providence, Louisiana. Hacia 1980.
Phyllis y Shujaa pocos días después de la liberación de Shujaa. California, 1981.
Panfleto editado por el Comité para la Defensa de Graham y Allen, formado en los años 70 en San Francisco para luchar por su liberación. En el que se puede leer: Eugene Allen y Shujaa Graham son dos jóvenes negros que han estado luchando contra el racismo y la brutal opresión del sistema americano. En estos momento se encuentran encerrados en el corredor de la muerte de la prisión de San Quintín, habiendo sido erróneamente condenados por el asesinato de un guardia de prisión en el correccional de Deuel en California el 27 de noviembre de 1973.
Shujaa riega el jardín de su casa de Takoma Park. Maryland, 2016.

Debra Milke

En prisión 25 años (1990–2015), 22 en el corredor de la muerte de Arizona.

Nace en Berlín de padres militares que enseguida se mudan a los Estados Unidos. En 1984 se casa con Mark Milke y un año después nace su hijo Christopher.

En diciembre de 1989, se separa y se muda con su hijo de cuatro años a un apartamento compartido con un amigo de su hermana llamado Jim Styers. Jim ha quedado con su amigo Roger Scott para ir de compras a un centro comercial y Christopher le suplica a su madre que le deje ir con ellos porque quiere hacerse una foto con Santa Claus. Unas horas más tarde, Jim llama a Debra para decirle que el chico ha desaparecido en el centro comercial.

Al día siguiente, la policía de Phoenix arresta a Roger Scott, el amigo de Styers. Después de más de catorce horas de interrogatorio Scott lleva a la policía al desierto y les muestra el lugar donde yace el cuerpo del niño con tres disparos en la cabeza. Según el policía a cargo del caso, Armando Saldate, Scott le confiesa que Styers ha cometido el asesinato por encargo de la madre para cobrar un seguro de vida. Milke va voluntariamente a la oficina del sheriff donde es interrogada por Saldate sin grabaciones ni testigos. El informe del policía asegura que Milke confiesa haber encargado a los dos hombres el asesinato del pequeño.

En octubre de 1990, Milke, Styers y Scott son sentenciados a muerte a pesar de que ella se declara inocente y niega rotundamente en el juicio haber confesado el crimen. También Scott y Styers declaran que Debra no ha tenido nada que ver con el asesinato de su hijo.

En diciembre de 2007, una ONG presenta un escrito en apoyo de Milke afirmando que las técnicas empleadas por el interrogador hacen que su supuesta confesión sea altamente sospechosa, y que, su interrogatorio en 1989 sin testigos y no grabado, violó su derecho a un abogado, su derecho a no autoinculparse y su derecho a un juicio justo. Esto desemboca en una apelación que se presenta en 2009, pero que es desestimada. La condena es finalmente anulada en 2013 por mala conducta fiscal y policial y Milke sale en libertad bajo fianza. El expediente personal de Saldate, que los fiscales retuvieron en el primer juicio, revela que el detective tiene un amplio historial de malas prácticas en casos anteriores, incluso bajo juramento. En 2015 todos los cargos contra ella son desestimados y sale en libertad.

“No tuve absolutamente nada que ver con el brutal asesinato de mi hijo”, dijo Milke después de su liberación. “Siempre creí en que llegaría este día, simplemente no pensé que tendrían que pasar 25 años, tres meses y catorce días para rectificar un error tan claro de la justicia”.

Joaquín José Martínez

Seis años en el corredor de la muerte de Florida (1996–2001).

En 1995, Joaquín José vive en Florida y se acaba de separar de su mujer, Sloan Millian. En esos días se produce el asesinato de un pequeño traficante hijo de un policía y de su pareja. Todo parece ser un ajuste de cuentas. En enero de 1996, Joaquín es detenido después de que su mujer, que no le perdona sus infidelidades, le acusa de ser el autor del crimen. Ni las huellas dactilares ni el ADN encontrados en la escena del crimen coinciden con los de Martínez, sin embargo, es condenado a muerte. En el juicio se aporta como prueba una conversación grabada por la policía en la que, según el fiscal, Joaquín confiesa a su expareja el crimen. Lo cierto es que la cinta es ininteligible, pero se aporta una transcripción que ha sido realizada por el padre de la víctima, que es el jefe de pruebas de la oficina del sheriff. También se aportan los testimonios de su exmujer y de su exnovia y el de un recluso que declara que Joaquín le confesó el crimen en prisión. En 2001, se repite finalmente el juicio y el jurado declara por unanimidad su inocencia al no admitir como pruebas ni la dudosa grabación ni los testimonios.

Earl Washington

17 años en la prisión de Virginia (1984–2000), doce en el corredor de la muerte.

En junio de 1982, Rebecca Williams, una chica de 19 años madre de tres hijos, es violada y asesinada a puñaladas. Dos años después, la policía arresta a Earl Washington, un chico negro de 22 años con un grave retraso mental. Es condenado a muerte tras ser interrogado y confesarse culpable. En 1985, un compañero del corredor se interesa por el caso de Earl y lo pone en manos de su propio abogado, que le consigue un aplazamiento nueve días antes de su ejecución. En 1994 se conmuta su sentencia por la de cadena perpetua al encontrarse irregularidades en las pruebas de ADN presentadas en el juicio. En una tercera vista en el año 2000, los psicólogos declaran que Washington es enfermizamente sumiso ante cualquier figura de autoridad, por lo que cuando los policías le presionaron para que confesase, él se inculpó de todos los crímenes buscando así su aprobación. Su confesión queda entonces anulada. Además, nuevas pruebas de ADN evidencian su inocencia por lo que es puesto en libertad. En 2006 es finalmente indemnizado con dos millones y medio de dólares.

Lawyer Johnson

En prisión diez años (1972–1982), dos en el corredor de la muerte de Massachusetts.

En diciembre de 1971 un joven de Maine llamado James Christian, tiene una fuerte discusión con su camello, Kenneth Myers. Alguien saca una pistola y Christian muere de un disparo en la cabeza. Myers declara haber visto a Lawyer Johnson disparar a la víctima. Myers y Johnson se conocen desde su infancia, aunque no son amigos. Lawyer no se encuentra en la zona en el momento del crimen, pero al no tener una coartada sólida, es arrestado acusado de asesinato. En el juicio, que tiene lugar seis meses después, la Fiscalía basa su acusación en el testimonio del camello, Myers, que tiene entonces 18 años. Lawyer es declarado culpable y sentenciado a morir en la silla eléctrica.

La condena de Johnson es apelada dos años más tarde. Los abogados alegan que el juez había restringido indebidamente el derecho de la defensa a interrogar a Myers. Sin embargo, durante el segundo juicio, un nuevo testigo, el exconvicto Alvin Franklin, testifica que Johnson le había confesado el crimen en la celda que compartieron. Johnson es nuevamente declarado culpable, esta vez condenado a cadena perpetua. Su condena se basa únicamente en el testimonio de dos testigos muy poco fiables: uno implicado en el caso y otro un soplón de la cárcel.

Diez años más tarde, una joven llamada Dawnielle Montiero se presenta en la policía declarando que en 1971 había sido testigo de cómo Kenneth Myers disparaba a James Christian. La defensa no supo hasta entonces que Dawnielle, entonces una niña de diez años, había llamado con la ayuda de su madre a la policía para contar que había presenciado el asesinato. La niña dijo entonces que el autor de los disparos era Myers, a quien conocía como un violento matón del vecindario. La policía no quiso tener en cuenta su declaración argumentando que era demasiado joven y ocultó su testimonio.

Myers vuelve a ser interrogado y finalmente admite ante la defensa que mintió incriminando a Johnson. En julio de 1981, se convoca un nuevo juicio pero la Fiscalía decide retirar los cargos contra él y en octubre de 1982 es puesto en libertad. El correccional de Massachusetts le da unos pantalones vaqueros, una camisa y un billete de 20 dólares y le deja en la puerta de la prisión. Después de diez años encerrado injustamente, eso es todo lo que recibe.

Una vez libre, nadie le ofrece ayuda para su recuperación y reinserción. Lawyer no se encuentra bien. Está enganchado a la heroína. Había empezado a consumirla en la cárcel instigado por sus compañeros: “Van a matarte de todos modos’’. El abogado que se hace cargo de su caso después de su segundo juicio, Howard Friedman, había intentado defender su derecho a recibir un tratamiento de rehabilitación en prisión pero el tribunal le había negado la existencia de ese derecho constitucional.

Al salir se convierte en un loco solitario. No es capaz de adaptarse a la libertad. En su primera comida de Acción de Gracias en familia, Lawyer se sirvió su plato de pavo y corrió escaleras arriba hasta su habitación, donde se encerró para comer. Solo ahí se sentía seguro, como cuando estaba en la celda. Pasa años luchando contra el deseo contradictorio de volver a la cárcel. No es capaz de tomar decisiones y se siente aterradoramente desprotegido.

El estrés postraumático le perseguirá el resto de su vida. No tiene amigos, salvo su hermano y su abogado Friedman. No vuelve a conseguir un trabajo ni a tener una relación estable. “No quisiera hacerle esto a una mujer. Hacer que tenga que lidiar con mi locura”. Vive con su madre hasta que ella muere en 2008, cuatro semanas después de haber sido indemnizado por el estado de Massachusetts con 500.000 dólares. Su primera compra fue la lápida para su tumba.

Curtis McCarty

21 años en la prisión de Oklahoma City (1985–2007), 19 condenado a muerte.

En diciembre de 1982, una chica de 18 años es violada y estrangulada en su casa de Oklahoma City. McCarty se convierte en el principal sospechoso, ya que la policía sabe que ambos se conocían y compartían su adicción a las drogas. Es interrogado varias veces, pero no es arrestado hasta que en 1985 la forense Joyce Gilchrist, que ha examinado los restos de pelo en la escena del crimen, altera sus notas y miente al declarar que estos pertenecen a McCarty. Curtis es juzgado y condenado a muerte. El juicio se repite en 1989 y 1995. En ambos el convincente testimonio de la forense hace que vuelva a ser condenado a muerte. La falsificación de las notas de Gilchrist no se descubre hasta que en el año 2000 es investigada por el FBI por fraude en otros casos. Cuando la defensa entonces solicita volver a analizar los restos, estos han desaparecido sospechosamente. McCarty es exonerado en 2007 después de que el juez retira todos los cargos en su contra tras volver a analizar su ADN. En los años que pasó en el corredor vio morir a muchos compañeros entre ellos a su mejor amigo, con el que había compartido celda once años.

Randy Steidl

17 años en la cárcel de Illinois (1987–2004), doce de ellos en el corredor de la muerte.

Randy Steidl es condenado a muerte en 1987 acusado del asesinato de una pareja de recién casados en Illinois. A pesar de que no hay evidencias en su contra y de que tiene una coartada comprobable, el fiscal mantiene la acusación. Es su castigo por haber denunciado al FBI la existencia de casinos ilegales usados para blanquear dinero del tráfico de drogas. Para su sorpresa, el jurado da menos credibilidad a su palabra que a los testimonios de un alcohólico y de una enferma mental convictos, a los que la policía ha ofrecido reducir sus condenas si testifican en su contra. Randy es declarado culpable y condenado a muerte. Trece años después, en el año 2000, se descubre que la policía había falsificado las pruebas y comprado a los testigos. La corrupción llega hasta el gobernador. En 2003, se ordena un nuevo juicio. Las pruebas de ADN demuestran la inocencia de Steidl que es puesto en libertad. En 2013 es indemnizado con seis millones de dólares. “Ningún dinero puede compensar mi sufrimiento. Vi morir a doce hombres. Si no hubiera sido por personas ajenas al sistema judicial, yo mismo habría sido ejecutado”.

Paris Powell

16 años en prisión (1984–2009), doce en el corredor de la muerte de Oklahoma.

Powell nace en Indiana. Hijo de madre soltera, desde los cinco años vive tutelado por el Estado y pasa su juventud entrando y saliendo de centros de menores. Cuando cumple 18 años, el centro de menores de Oklahoma hace una excursión a la Universidad de Northeastern y Powell es fichado por su equipo de fútbol. El otoño siguiente se muda a la universidad donde asiste a clase, juega al fútbol y se integra entre los estudiantes. Son dos semestres milagrosos que consiguen sacarle de las calles.

En junio de 1993, Derrick Smith, un chico de 17 años y su novia de 14, vuelven a su casa después de una fiesta. Un vehículo se detiene a su lado y dos hombre les disparan hiriendo a Smith y matando a la chica. Smith, que se enfrenta a cargos por narcotráfico, es interrogado por la policía. Al principio da detalles inconsistentes, pero finalmente implica a Powell reconociéndole como uno de los pistoleros. Smith es el testigo clave del juicio: identifica a Powell y afirma que no ha recibido ningún trato de favor por parte de los fiscales a cambio de su testimonio. En mayo de 1997, Powell, que acaba de cumplir 20 años, es condenado a muerte.

En 2001, Smith escribe una declaración jurada retractándose de todo lo declarado en el juicio. Afirma que estaba drogado la noche del tiroteo y que no pudo identificar a los autores, pero que la policía le obligó a acusar a Powell y le ofreció a cambio una reducción de su pena. Los abogados presentan esta nueva evidencia y en 2009, tras una serie de impugnaciones infructuosas, el tribunal anula la condena y retira todos los cargos contra Powell, que es puesto en libertad.

En 2013, el Tribunal Supremo de Oklahoma suspendió temporalmente al fiscal del caso, dictaminando que había abusado de su posición al obligar a los testigos a cooperar y al ocultar pruebas a la defensa.

Gary Drinkard

Seis años de prisión en Alabama (1995–2001), cinco en el corredor de la muerte.

Gary Drinkard es condenado a muerte en 1995 acusado de robar y asesinar al dueño de un desguace de automóviles en Alabama. Sin medios para pagar su defensa, se le asignan dos abogados de oficio sin experiencia. Su hermanastra y el marido de esta, que se enfrentan a cargos por otros delitos, testifican en su contra a cambio de que sus cargos sean desestimados. Una vez en el corredor, Drinkard le pide a su esposa que se separe y encuentre a alguien que la ayude a sacar adelante a sus hijos, de seis, nueve y 16 años. En prisión escribe a varias ONG pidiendo ayuda legal. El Centro del Sur para los Derechos Humanos acepta llevar su caso. En 2000, la Corte Suprema ordena un nuevo juicio alegando falta de ética del fiscal. En la vista, sus abogados presentan las evidencias exculpatorias omitidas antes: que Gary estaba en casa cuando ocurrió el asesinato y que tiene una lesión de espalda que le incapacita para cometer el crimen del que le acusan. Es puesto en libertad en 2001. Al salir se gradúa como fisioterapeuta, pero jamás consigue que un centro le contrate debido a su paso por el corredor de la muerte.

Derrick Jamison

20 años en prisión (1985–2005), 17 de ellos en el corredor de la muerte de Ohio.

En agosto de 1984, dos personas entran a robar en un bar de Cincinnati y asesinan al encargado. Seis meses después, un hombre llamado Howell es detenido por agresión sexual y confiesa ser cómplice del homicidio. La policía le promete una condena menor si declara que Jamison es el asesino.
En octubre de 1985 Jamison es juzgado por asesinato, declarado culpable y sentenciado a muerte. Tiene 24 años. Pasa los siguientes 17 en el corredor, muchos de ellos en aislamiento en una celda mínima, en la que le permiten dos llamadas telefónicas de cinco minutos al año, una de ellas el día de Navidad. Llega a tener seis fechas de ejecución y otros tantos aplazamientos. Uno de ellos se le concede tan solo una hora antes de su ejecución. Ve morir a decenas de compañeros. Uno de sus amigos, John Byrd, es ejecutado en 2002 a pesar de que otro recluso admite ser el autor del crimen del que se le acusa. En 2003 se le concede un nuevo juicio tras descubrirse que el fiscal ha ocultado pruebas en su primer juicio. En 2005 es exonerado y sale en libertad. Sus padres ya habían fallecido.

Albert Burrell

13 años en el corredor de la muerte de la Prisión de Angola, Louisiana (1987–2001).

El 31 de agosto de 1986 una pareja de ancianos es asesinada en su casa de Louisiana. Todo el pueblo sabía que el anciano guardaba el dinero en una maleta en su domicilio, por lo que la policía baraja desde el principio la hipótesis del robo. Dos meses más tarde, Albert Burrell, un vaquero analfabeto y con retraso mental, es arrestado. En menos de una hora, cuando le prometen agua y comida a cambio, firma su declaración de culpabilidad. Su detención la provoca su exesposa, Janet Burrell, que afirma en comisaría haber encontrado a Albert la noche del crimen en su furgoneta con las botas manchadas de sangre y con 2.700 dólares en billetes de 100. Afirma también haber visto la cartera de la víctima en el asiento delantero del coche y que Albert le ha confesado ser el autor de los disparos. Janet tiene motivos personales para inculpar a su exmarido: está litigando con él para conseguir la custodia de su hijo de cinco años.

En agosto de 1987, Albert es juzgado y condenado a muerte a pesar de que ninguna evidencia física le vincula con el crimen. Pasa trece años en el corredor de la muerte de la prisión de Angola, en Louisiana. No vuelve a ver a su hijo, con el que solo mantiene una conversación telefónica durante toda su condena. Sus apelaciones son rechazadas durante años. En una de las últimas, en enero de 1991, un sádico funcionario de la cárcel se acercó a su celda para decirle: “Albert, acaban de llamar de los juzgados. Recoge tus cosas, te vas a casa”. Albert, emocionado, recogió todas sus pertenencias y se sentó a esperar. Horas después, el mismo guardia volvió a pasar por delante.“Albert, solo estaba bromeando -le dijo- Tu apelación ha sido denegada”. Llega a estar a 17 días de ser ejecutado, antes de conseguir un aplazamiento en 1996, después de que su exmujer se retractara por segunda vez de su acusación. Pero dos días antes del nuevo juicio, el sheriff del distrito la amenaza con quitarle la custodia de su hijo si cambia su declaración y Janet vuelve a inculparle.

A principios del año 2000, uno de los guardias, convencido de su inocencia, conecta a Albert con un equipo de abogados que comienza a investigar su caso altruistamente. Estos encuentran nuevas pruebas que consiguen que por fin se acepte una apelación y se le conceda un nuevo juicio. El juez, tras comprobar que el ADN no coincide con el de la sangre de Burrell, afirma que no hay ninguna evidencia que vincule a Albert con el crimen y que su acusación se ha basado en testimonios de testigos dudosos. Es puesto en libertad el 3 de enero de 2001. Le dejan a la puerta del penal con una cazadora vaquera varias tallas mayor que él y un billete de diez dólares en el bolsillo. Estaba nevando. Nunca ha sido indemnizado.

Ricky Jackson y Kwame Ajamu (antes Ronnie Bridgeman)

39 y 27 años respectivamente en la cárcel (1975–2014/2003), los seis primeros meses en el corredor de la muerte de Ohio.

En 1975, Ricky Jackson, Ronnie Bridgeman y su hermano Wiley, tres adolescentes de 19, 17 y 20 años, son arrestados acusados de asesinar y robar a un prestamista llamado Harold Franks. La única evidencia contra ellos es el testimonio de un niño de trece años llamado Eddie Vernon, que testifica haber presenciado el crimen. Ninguna evidencia les vincula al suceso, no tienen antecedentes penales y los testigos de la defensa les proporcionan tres coartadas creíbles, sin embargo, son condenados a muerte. Unos meses más tarde su sentencia es conmutada por cadena perpetua sin libertad condicional. En 2003, Ronnie Bridgeman (que para entonces ha cambiado su nombre por el de Kwame Ajamu) y su hermano Wiley salen en libertad condicional después de haber cumplido 27 años y con el estigma a cuestas de haber sido acusados de un crimen atroz siendo inocentes. A Ricky nunca se le concede la libertad condicional, ya que se le considera el autor del asesinato. Terminó cumpliendo 39 años, tres meses y nueve días, el tiempo más largo en prisión de cualquier persona exonerada en la historia de los Estados Unidos hasta ese momento. En 2011, la revista Cleveland Scene publica un examen detallado del caso, destacando las numerosas inconsistencias en el testimonio del joven Eddie Vernon y señalando la ausencia de pruebas que vinculen a los tres acusados con el crimen. A raíz de esta publicación, Eddie Vernon se retracta de su testimonio y confiesa que mintió a la policía al afirmar que había presenciado el asesinato. Declara que había intentado retractarse antes del juicio, pero que le intimidaron diciéndole que era demasiado tarde para cambiar su historia. Los agentes nunca revelaron este dato a los abogados defensores. Impulsados por la retractación de Vernon, los letrados del Ohio Innocence Project se involucran en el caso y solicitan un nuevo juicio para los tres acusados. En 2014, el juez acepta la petición presentada para volver a juzgar a Ricky Jackson y a Wiley Bridgeman. La Fiscalía desestima los cargos contra ambos y el juez les declara inocentes. Un mes más tarde, se anula la condena de Kwame Ajamu que también es declarado no culpable.

Ron Keine

Dos años en el corredor de la muerte de Nuevo México (1974–1976).

Inspirado por la película Easy Rider, Ron Keine, un estudiante universitario de Detroit, se compra una Harley Davidson y junto a unos amigos decide unirse a una banda de motoristas de California que hoy irónicamente describe como ‘un club para beber con un problema de motocicletas’. Durante dos años viajan por todo el país.

En 1974, Keine y tres de sus amigos piden prestada una camioneta para ir a Detroit a por piezas para reparar las motos. Por el camino tienen broncas y peleas con los autoestopistas que van recogiendo. En Oklahoma roban unos adornos de una gasolinera abandonada por lo que la policía les termina arrestando y acusando de robo a mano armada y agresiones. El juez averigua que la gasolinera llevaba cerrada dos años debido a un incendio por lo que desestima el caso. Pero antes de que Keine y sus amigos abandonen la comisaría, el fiscal les anuncia que van a ser enviados a Nuevo México ya que son sospechosos del asesinato en un motel de Albuquerque de un estudiante llamado William Velten.

Una vez en Nuevo México, les asignan un abogado sin experiencia que les recomienda declararse culpables a cambio de ser condenados a cadena perpetua. Keine y sus compañeros se niegan. Para intimidarles y lograr su confesión, los dos meses en espera de juicio se los hacen pasar en el propio corredor de la muerte.

En la vista, el fiscal presenta el testimonio de una camarera del motel, Judy Weyer, que afirma haberles visto cometer el crimen. La policía, sin embargo, no ha encontrado ninguna evidencia ni en la camioneta en la que viajaban ni en sus navajas de bolsillo ni en las pruebas de balística. En el juicio, Keine le pide a su abogado en varias ocasiones que evidencie la falsedad de las acusaciones poniendo de relieve la total ausencia de pruebas, pero este se niega. Keine y sus compañeros son finalmente condenados a muerte.

Después de que los fiscales incumplieran todas las promesas hechas a la camarera Weyer, ella se retracta por completo de sus declaraciones en una serie de entrevistas concedidas al diario The Detroit News, que dejan al descubierto la corrupción en la Fiscalía. En enero de 1975, a la luz de estas revelaciones solicitan un nuevo juicio que les es denegado. Las entrevistas grabadas desaparecen misteriosamente. Ron y sus coacusados permanecen en el corredor de la muerte hasta que nueve días antes de su fecha de ejecución, un exagente de policía, Kerry Lee, confiesa al pastor de su iglesia ser el asesino del estudiante. Este le convence para que se declare culpable ante la policía y entregue el arma homicida. Ron y sus compañeros son finalmente liberados en 1976.

Debido a la corrupción en torno a su caso, el fiscal adjunto y varios policías fueron inhabilitados.

De izda. a dcha. Richard Greer, Clarence Smith, William Venten y Ron Keine en uno de los recortes de periódico que Ron conserva sobre su caso. Michigan, 2016.
Uno de los recortes guardados por Ron del periódico The Detroit News, que publicó en 1974 las declaraciones de la camarera Judy Weyer, reconociendo que su testimonio en el caso de los moteros era falso. Michigan, 2016.

Daños colaterales

Uno de los efectos desconocidos de la pena de muerte son las horribles consecuencias que conlleva procesar a personas inocentes. Este daño colateral es absolutamente desmoralizador para la familia. Le supone un sufrimiento extraordinariamente cruel. Pasé dos años en el corredor de la muerte de Nuevo México acusado de asesinato. A pesar de mi inocencia y de ser exonerado gracias a la confesión de un policía que era el verdadero autor del crimen, mi familia sufrió enormemente. Mi madre pasó dos años sin querer salir de casa solo por la presión de la gente. ¡Tenía un hijo en el corredor de la muerte! Incluso sus amigos más cercanos no sabían si saludarla en el supermercado, en la farmacia o en la calle. ¿Qué le dices a una madre que está de duelo porque el fiscal del estado va a matar a su hijo? Sabes que nunca lo va a superar. El tiempo no va a curar nunca esa herida. Ni mañana, ni la próxima semana ni el próximo mes va a estar mejor. Otros no fueron tan amables. El día que desde la última fila alguien gritó: “¡Asesino, violador!”. Mi madre dejó de ir a la iglesia. Salió llorando con el chal sobre la cabeza, avergonzada. Seguramente nadie le recriminó su conducta a ese bocazas.

Fue rechazada por la misma comunidad que la había respetado y se había valido de su personalidad extrovertida para subir la moral de los vecinos en las reuniones comunitarias y sociales. Cuando fui detenido, también ella se convirtió en reclusa. Incluso después de ser exonerado, ella continuó siéndolo. Murió sumida en la tristeza, nunca recuperó su amor por la vida ni la fuerza que le había llevado a ser un pilar fundamental de nuestra comunidad. Mi abuela era un poco más fuerte. Ella, al menos, continuó yendo a la iglesia. Dicen que el abuelo iba con ella solo para defenderla en caso de que alguien osara burlarse. Yo creo que iba para enfrentarse con los que se metían conmigo, para así poder sacudir su eterno bastón contra ellos si era necesario. Yo adoraba a mi abuelo. Él fue quien me enseñó a pescar.

Una ejecución no es una muerte cualquiera como lo es un accidente automovilístico, una desgracia repentina o un fallecimiento accidental. No se perdona fácilmente. Es un asesinato lento y calculado. Se tarda unos diez años en ejecutar a un condenado. Pero empiezan a matarlo el día en que lo encierran en el corredor de la muerte. Va muriendo a lo largo de su cautiverio y de las apelaciones que se alargan años y que cuestan una media de 3.200.000 dólares. Me pregunto si las familias de los ejecutados son conscientes de la indignidad que supone el pagar esa muerte con sus propios impuestos. Sobre todo ahora que se que muchos de ellos eran inocentes y sus familias lo sabían.

Mi padre planeó su suicidio durante meses. Se salvó por los pelos, gracias a que la noticia de mi exoneración llegó justo a tiempo. Unos días más y el Estado habría tenido que cargar con otra muerte. Ya había comprado el arma. Pero las peores consecuencias de mi condena fueron para mis hijas. Los niños pueden ser atrozmente crueles y la presión a la que les sometieron en el colegio fue tremenda. “Tu papá es un asesino. Es un violador. Deberían haberlo matado”. “¿Cómo podemos estar seguros de que no lo hizo? Mi papá dice que fue absuelto gracias a la habilidad de su abogado”. “Mi madre dice que será mejor que no se lo encuentre en ninguna función escolar o le dirá lo que piensa”. “Nuestros padres lo vigilan cuando hay niños a su alrededor”. Tuvieron que escuchar todo esto a pesar de haber nacido años después de mi puesta en libertad.

En más de una ocasión recibí una llamada telefónica de la escuela avisándome para que fuera a recoger a mi hija, por que estaba sufriendo una crisis de ansiedad. Mientras ella esperaba sentada llorando en el hall de la escuela a que yo saliera del trabajo para ir a buscarla, no sabía que en ese momento yo también me estaba secando las lágrimas. Alguna vez tuve que hacer tiempo en el aparcamiento de la escuela para calmarme antes de entrar a buscarla. ¡Tenía que parecer fuerte delante de ellas!

Eran niñas, inocentes. ¿Qué habían hecho para merecer esto? ¿Cómo puede Dios permitir que esto suceda? Ir al colegio se convirtió en una odisea diaria. Temblaban solo de pensar en tener que ir. Cambiar de colegio (lo hicimos seis veces) funcionaba por poco tiempo. Después la pesadilla comenzaba de nuevo. Nunca se graduaron. Abandonaron sus estudios cuando tuvieron edad para hacerlo. Una de ellas tiene un cociente intelectual de aproximadamente 160. ¡Qué manera de desperdiciar una gran inteligencia! Lo único que agradezco es que no sucediera cuando estaba en el corredor. No tuvieron que vivir la debacle de ver como un sistema de justicia permitía que el Estado matara a su padre. Miles de niños inocentes no tuvieron tanta suerte. Me pregunto como llevan estos niños tener que vivir con esa carga. Me pregunto cómo sus madres responderán a la temida pregunta: “¿Por qué tienen que matar a mi papá?”

Ron Keine

Ron Keine hacia 1972, en una de las salidas con sus amigos del grupo de moteros The Vagos.
Ron de niño en la puerta de su casa.
Ron con una amiga de juventud.

Glen Edward Chapman

15 años condenado a muerte en la prisión de Carolina del Norte (1994–2008).

En 1992 Chapman es detenido acusado del asesinato de dos prostitutas toxicómanas, Betty Ramseur y Tenene Conley. En la comisaría Chapman admite haber fumado crack con Ramseur y haber tenido relaciones consentidas con Conley, pero niega el resto de las acusaciones. A pesar de ello, es acusado de asesinato y encarcelado. La policía miente en el juicio, encubriendo la existencia de una confesión del verdadero asesino, negando los resultados de una rueda de reconocimiento en la que otra persona es identificada y alterando las declaraciones de otros testigos. Todo se ve agravado por la total ineptitud de los abogados designados para la defensa de Chapman. Se producen también varias irregularidades como la ocultación de la evidencia forense que apunta a que una de las víctimas ha fallecido en realidad por sobredosis. Chapman es sentenciado a muerte en 1994. Pasa quince años en el corredor, los cuatro primeros llorando sin parar, pero sin rendirse nunca. Tras múltiples apelaciones, el juez ordena un nuevo juicio. En 2008 el fiscal desestima todos los cargos y sale en libertad.

Paul House

22 años condenado a muerte en Tennessee (1986–2008).

En 1985, Carolyn Muncey es encontrada muerta en un arroyo cerca de su casa. House, un tipo raro y con antecedentes penales, es interrogado. Alega no haber salido de su casa el día del suceso pero en el juicio dos personas testifican haberle visto esa noche secándose las manos cerca del río. El experto forense afirma haber encontrado el tipo de sangre de Muncey en los vaqueros de Paul y dice también que este coincide con el semen hallado en la ropa de la víctima. House es condenado a muerte. En la cárcel comienza a desarrollar esclerosis múltiple. Tardan más de dos años en diagnosticársela durante los cuales solo le recetan aspirinas. Sus compañeros se encargan de cuidarle. Después de varias apelaciones, en 2005 The Innocence Project presenta un escrito al Tribunal Supremo y se reabre el caso. La repetición de las pruebas de ADN demuestran que el semen y la sangre analizados pertenecen al esposo de Muncey y que probablemente la sangre de la víctima se derramó, accidentalmente o no, sobre los vaqueros de House durante el trabajo de los forenses. En 2009 se retiran todos los cargos en su contra y sale en libertad.

Freddie Lee Pitts

Doce años en la prisión de Florida (1963–1975), nueve de ellos en el corredor de la muerte.

En agosto de 1963, Freddie Pitts y su amigo Wilbert Lee paran en una gasolinera a repostar. Cuando intentan usar el aseo, dos encargados blancos les indican que esas instalaciones no pueden ser utilizadas por afroamericanos y esto origina una fuerte discusión. Tres días después los encargados son encontrados muertos.

Pitts y Lee son detenidos después de que una mujer que estaba con ellos esa noche les acusa de ser los autores del crimen. La policía les golpea y les amenaza con hacer daño a la esposa de Lee hasta que consiguen que se declaren culpables. Como consecuencia son condenados a muerte por un jurado compuesto exclusivamente por blancos y sin necesidad siquiera de celebrar el juicio.

En 1964 apelan ante el Tribunal Supremo de Florida, alegando errores de procedimiento, pero el tribunal falla en su contra. Más tarde presentan una apelación alegando que la composición del jurado que les ha condenado no es aceptable, pero el tribunal confirma de nuevo su condena.

En 1966, un hombre llamado Curtis Adams confiesa ser el asesino de la gasolinera y en 1967 Pitts y Lee presentan otra apelación denunciando entre otras cosas que fueron coaccionados para obtener su declaración de culpabilidad, que su abogado fue inadecuado, que el estado de Florida ocultó pruebas que respaldaban su inocencia y que Adams se había confesado autor del crimen.

También la mujer que les había acusado entonces se retracta, afirmando que había sido coaccionada por la policía. Pitts y Lee tienen finalmente un juicio, pero son declarados culpables una vez más por un jurado 100% blanco. Ni la confesión de Adams ni la retractación de la testigo son admitidas por el juez. Su condena es conmutada por la de cadena perpetua.

En 1972, Gene Miller, un periodista del Miami Herald, comienza a investigar el caso. Escribe decenas de artículos que defienden la inocencia de Pitts y Lee. También publica un libro, Invitation to a lynching, por el que es galardonado con un Premio Pulitzer.

Pitts y Lee vuelven a apelar a la Corte Suprema de los Estados Unidos, pero en 1975, el gobernador, que ha leído el libro de Miller, firma un perdón que libera a Pitts y Lee después de doce años. En 1998, tras una espera de 20 años, el estado de Florida otorga a Pitts 500.000 dólares. Fue la primera vez que el estado indemnizó a una persona condenada injustamente a muerte.

Freddie Pitts (en el centro) y Wilbert Lee después de su segundo juicio por asesinato. Florida, 1972. Cortesía de los Archivos Estatales de Florida.

Isaiah McCoy

Seis años en la prisión de Delaware (2012–2017), cinco de ellos en el corredor de la muerte.

Isaiah es condenado a muerte en 2012 por el asesinato del traficante de drogas James Munford. En el juicio, la novia de Munford y un sobrino de McCoy testifican en su contra y a pesar de que ni las huellas ni el ADN coinciden con los suyos, el jurado le declara culpable y le condena a morir por inyección letal. En 2015, la Corte Suprema ordena un nuevo juicio alegando fallos en el procedimiento del primero y mala conducta del fiscal David Favata en el juicio, por humillar a McCoy y mentir ante el juez. En 2017, el Tribunal Supremo le absuelve de todos sus cargos. Seis meses más tarde, McCoy presenta una demanda federal, alegando que en prisión ha sido provocado y agredido física y emocionalmente, tanto por los oficiales como por los reclusos, que llegaron a escupir en su comida y otras indignidades. Alega también que rara vez se le permitió salir de su celda, que le fueron denegados sus derechos a la privacidad, a visitar la biblioteca legal y a entrevistarse con su abogado y que en general fue tratado cruel e inhumanamente durante su detención.

Kirk Bloodworth

Nueve años en la cárcel de Maryland (1984–1993), dos de ellos en el corredor de la muerte.

En 1984, una niña de nueve años aparece muerta después de haber sido agredida sexualmente, golpeada y estrangulada. El crimen conmociona al condado de Baltimore y la televisión muestra incansablemente un retrato robot del sospechoso elaborado por la policía basándose en la descripción de dos niños. Poco después, los agentes reciben una llamada diciendo que ese hombre se parece al exmarine Kirk Bloodsworth. Kirk es interrogado por la policía que le arresta al no tener una coartada sólida. En el juicio, cinco testigos declaran haber visto a Bloodsworth en la zona y, a pesar de que él se declara inocente y de que la descripción del perpetrador no concuerda con su físico, la Corte irrumpe en bravos cuando es declarado culpable y sentenciado a morir en la cámara de gas. Dos años después, vuelve a ser juzgado tras constatarse que la Fiscalía ha ocultado evidencias a la defensa. Esta vez es sentenciado a dos cadenas perpetuas. En 1992, después de leer sobre las nuevas técnicas de análisis de ADN, los abogados consiguen analizar una muestra de semen que demuestra su inocencia. En 1993 Kirk se convierte en el primer exonerado del corredor gracias a las pruebas genéticas.

John Thompson

18 años en la prisión de Angola, en New Orleans (1984–2003), catorce en el corredor de la muerte.

En 1984, con 22 años, John Thomson es juzgado y sentenciado a muerte por el robo y el asesinato de un alto ejecutivo. La acusación se basa en una denuncia hecha por el hombre que le ha vendido el anillo de la víctima y el arma utilizada en el crimen. Durante los siguientes quince años, está a semanas de ser ejecutado en varias ocasiones. Finalmente, en 1999, cinco semanas antes de su séptima fecha de ejecución, un investigador de la defensa encuentra un informe del laboratorio criminológico que revela que la sangre encontrada en los pantalones de la víctima no es suya. El fiscal del caso, enfermo de cáncer, le confiesa a un amigo que ha ocultado estas evidencias en el juicio. Se le concede un nuevo juicio en 2002. En la vista, la policía afirma haber perdido el arma del crimen y muchos de los testigos presenciales vuelven a testificar para rectificar y decir esta vez que Thomson no es el asesino. Thomson es exonerado e indemnizado con catorce millones de dólares. Al salir funda la organización Resurrection After Exoneration, que ofrece ayuda a otros exonerados.

Nathson Fields

20 años en la prisión estatal de Illinois (1984–2004), once de ellos en el corredor de la muerte.

Nathson Fields es condenado a muerte junto a Earl Hawkins por el asesinato en 1984 de dos miembros de una pandilla rival en un juicio plagado de irregularidades. Nueve años más tarde, en 1993, sale a la luz que el juez había aceptado un soborno de 10.000 dólares. El magistrado pasa trece años en prisión por amañar juicios en casos de pena capital. A raíz de esto, varios testigos se retractan diciendo haber sido coaccionados por la policía y los fiscales para identificar falsamente a Fields y a Hawkins, por lo que el tribunal decide volver a juzgarles en 1998. Las apelaciones continuas de la Fiscalía retrasan el juicio otros seis años, pero cuando finalmente ocurre, su coacusado Earl Hawkins, que ha admitido haber matado a entre 15 y 20 personas, testifica contra Fields a cambio de una sentencia menor. El juez no acepta su testimonio diciendo: “Si alguien tiene tal desprecio por la vida humana, ¿qué respeto podrá tener por su juramento?”. Fields es liberado bajo fianza en 2003, quedando pendiente de un nuevo juicio que se celebra en 2009 en el que es declarado inocente.

Harold Wilson

16 años en el corredor de la muerte de Pensilvania (1989–2005).

En 1988, tres personas son asesinadas a hachazos en una casa en Filadelfia. Al día siguiente, Wilson es arrestado. Durante el interrogatorio admite haber consumido drogas en esa casa, pero niega ser el autor de las muertes. Ante el juez la policía testifica que ha encontrado una chaqueta con la sangre de las víctimas en el sótano de Wilson. En el juicio interviene el fiscal Jack McMahon, que diez años después se hace conocido al filtrarse un vídeo en el que aconseja sacar de los jurados a los afroamericanos en casos de pena capital. Wilson es sentenciado a tres condenas de muerte. En 1998, un tribunal dictamina que hay que repetir el juicio ya que el abogado defensor no había presentado atenuantes y el fiscal había actuado discriminatoriamente al eliminar del jurado a los afroamericanos. En 2003 el nuevo juicio queda anulado cuando la Fiscalía deja fotografías muy duras de la escena del crimen a la vista del jurado. En un tercer juicio, en 2005, la defensa presenta nuevas pruebas de ADN que demuestran la inocencia de Wilson, que es absuelto y puesto en libertad. Es indemnizado con 500.000 dólares.

Ronald Kitchen

21 años en la cárcel de Illinois (1988–2009), trece de ellos el corredor de la muerte.

En 1988, dos mujeres y tres niños aparecen muertos en una casa de Chicago. Nueve días más tarde, Kitchen se convierte en sospechoso cuando un soplón llamado Willie Williams afirma que este le ha confesado el crimen en una conversación telefónica. Kitchen es arrestado e interrogado por el detective Michael Kill, un subordinado del comandante Jon Burge, que será despedido años después por tortura sistemática de decenas de sospechosos afroamericanos. Tras 16 horas de amenazas y palizas, Kitchen firma una confesión. En su comparecencia ante el juez declara haber sido torturado y el juez ordena su traslado a un hospital, por trauma testicular y lesiones. A pesar de todo y basándose únicamente en el testimonio de Williams y en la confesión obtenida por Kill, en 1990 es condenado a muerte. En 2003 un juez inhabilita al equipo fiscal después de múltiples acusaciones de tortura y comienza a investigar el caso. En 2009, es declarado inocente. Ha sido indemnizado con seis millones de dólares.

Anthony Ray Hinton

29 años en el corredor de la muerte de Alabama (1986–2015).

Hinton es declarado culpable de un doble asesinato en 1986 en base al testimonio de un forense que afirma que las balas provienen de un arma encontrada en su casa. Es arrestado a pesar de su coartada (estaba trabajando en un almacén) y de que su coche no se corresponde con el del asesino. En el juicio, el experto, cuya especialidad son las armas antiguas y que es ciego de un ojo, no hace pruebas de balística ni examina las balas al microscopio. El inexperto abogado de Hinton no presenta ninguna evidencia exculpatoria y el fiscal, que tiene un largo historial de prejuicios raciales, dice que puede ver que Hinton es culpable y malvado ‘con solo mirarlo’. En 1998, Equal Justice Initiative, una organización de asistencia legal a indigentes, comienza a representar a Hinton. En 2002, encarga un nuevo examen de las balas y del arma a tres expertos que testifican que los proyectiles no fueron disparados por la pistola de Hinton. En 2014, se reabre el caso. Los fiscales deciden retirar los cargos y Hinton sale en libertad en 2015.

Herman Lindsey

Tres años en el corredor de la muerte de Florida (2006–2009).

Herman Lindsey es enviado al corredor de la muerte de Florida en 2006 acusado del asesinato de la dueña de una casa de empeños. Lindsey distribuye droga y anda siempre metido en líos por lo que la policía le detiene para interrogarle y acaba declarándole culpable ante la ausencia de otros sospechosos. Tres años más tarde, en 2009, el Tribunal Supremo de Florida dicta una sentencia absolutoria para Lindsey, sosteniendo que su caso se ha basado en evidencias circunstanciales y que no hay ninguna prueba que ubique a Lindsey en la escena del crimen. Los jueces declaran que el interrogatorio fiscal excedió con creces el alcance permitido. “Los comentarios de la Fiscalía no solo fueron impropios, sino que también fueron perjudiciales y se hicieron con el aparente objetivo de influir al jurado […] las declaraciones del fiscal durante el interrogatorio podrían haber afectado la decisión del jurado de imponer la pena de muerte”. Herman reside actualmente en Florida, donde trabaja con jóvenes en situación de riesgo.

Greg Wilhoit

Ocho años en la prisión de Oklahoma (1987–1993), cuatro de ellos en el corredor de la muerte.

Greg Wilhoit es el hijo menor de una familia cristiana de clase media de Tulsa, Oklahoma. Está casado y tiene dos hijas de cuatro y catorce meses. Ha conocido a su mujer Kathy hace dos años en una clínica de desintoxicación. El 31 de mayo de 1985, Kathy es encontrada muerta en su apartamento. Ha sido degollada y violada. Kathy y Greg llevan tres semanas separados y esto convierte a Greg en el principal sospechoso. Un año después del suceso, es arrestado acusado del asesinato de su esposa. Nadie le ve entrar o salir del apartamento esa noche y ninguna de las evidencias físicas recogidas en la escena del crimen le relaciona con el suceso. El caso se basa únicamente en el testimonio de expertos dentales, que afirman que las marcas de las mordeduras encontradas en el pecho de Kathy coinciden con su dentadura.

Para afrontar el juicio, sus padres contratan a uno de los mejores abogados de Oklahoma, pero resulta ser un fraude. No solo no prepara la defensa sino que aparece completamente borracho en la sala y vomita ante el juez. En consecuencia, Greg es declarado culpable y sentenciado a muerte. El juez es contundente al leer el veredicto: “Greg Wilhoit: Vas a morir por inyección letal. Si eso falla, te electrocutaremos. Si se corta la corriente, te ahorcaremos. Y si la soga se rompe, te dispararemos”.

Pasa cinco años en el corredor de la muerte de Oklahoma. Sus hijas son adoptadas por otros padres, aunque regularmente visitan a sus verdaderos abuelos que les cuentan que su padre biológico esta en la Armada. Greg prohíbe terminantemente a su familia que las niñas le visiten en la cárcel. No quiere que le vean así. Alguna vez hablan por teléfono. Eso es todo.

Poco después de llegar al corredor de la muerte, las cosas comienzan a cambiar para mejor. Mark Barrett, el defensor público designado para manejar su apelación, resulta ser un gran abogado y se convierte en un amigo en quien confiar para Greg. Barrett, convencido de la inocencia de su cliente, trabaja incansablemente durante más de cuatro años para sacarle de la cárcel. Los mejores odontólogos forenses del país examinan la evidencia de las marcas de las mordeduras de la víctima y testifican que no se corresponden con los dientes de Greg. El segundo juicio se celebra en 1993. Greg es absuelto de todos los cargos.

Pocos días después de obtener su libertad, Greg se muda a California. No soporta vivir donde ha sufrido tanto. En Sacramento comienza una nueva vida. Se vuelve a casar, pero no es capaz de vivir con el estigma y con las secuelas de haber pasado por el corredor. Empieza a beber y vuelve a consumir drogas. Padece estrés postraumático severo. Sufre varios accidentes que le acaban postrando en una silla de ruedas. Muere en 2014 por complicaciones en el hígado. Tenía hepatitis C y cirrosis. El escritor John Grisham incluyó su historia en su único libro de no ficción, El proyecto Williamson.

Nancy Vollersten, la hermana mayor de Greg Wilhoit que siempre trabajó por su liberación y fue después uno de sus principales apoyos. En el dormitorio de su casa, donde guarda fotografías y recuerdos de su hermano. Desmond, Oklahoma, junio 2016.
Greg con su hija mayor Krissy, poco antes de que su mujer fuera asesinada. En el porche de casa de sus padres. Tulsa, Oklahoma, hacia 1983.
Greg en su adolescencia, delante de su casa con el uniforme de su equipo de beisbol. Tulsa, Oklahoma, 1969.
Ida Mae y Guy, padres de Greg Wilhoit en el porche de la casa familiar. Tulsa, Oklahoma, junio de 2016.

Perry Cobb

Ocho años en el corredor de la muerte de Illinois (1979–1987).

Cobb es sentenciado a muerte junto a Darby Tillis en 1977 por el asesinato de dos blancos durante el robo de un puesto de perritos calientes en Chicago. La Fiscalía basa su acusación en la denuncia de una testigo, Phyllis Santini, que les acusa del crimen. Ambos se declaran inocentes, pero la policía les detiene al encontrar en casa de Cobb el reloj de una de las víctimas. Cobb afirma habérselo comprado al novio de Santini, Johnny Brown, pero eso no impide que sean inculpados. Sus dos primeros juicios concluyen sin un veredicto unánime. Un jurado 100% blanco les condena a muerte en el tercero. Cobb tarda un año y medio en convencer a su mujer, de la que está profundamente enamorado, de que se divorcie y rehaga su vida. La Corte Suprema revoca la sentencia en 1983 y el periodista Rob Warden publica un artículo sobre el caso. Un antiguo compañero de Santini lo lee y contacta con los abogados para contarles que ella le había confesado años atrás que había robado un restaurante con Brown y disparado a su dueño. Los fiscales le presionan para que no testifique pero lo hace en un quinto juicio en 1987 en el que Cobb y Tillis salen absueltos.

Juan Meléndez

18 años condenado a muerte en Florida (1984–2002).

En 1983, Delbert Baker es asesinado en su salón de belleza de Florida. Le disparan, le cortan la garganta y le roban sus joyas. Unos días después, Juan Meléndez, un recolector de fruta hispano y sin estudios, es detenido cuando David Falcon, un delincuente convicto, testifica que Meléndez le ha confesado haber cometido el delito. En ese momento se ofrecía una recompensa de 5.000 dólares por informar sobre el crimen. Durante las investigaciones, el abogado de Meléndez entrevista a un hombre en prisión llamado Vernon James, que ha sido testigo del crimen y que afirma que Meléndez no es el asesino. Sin embargo esta entrevista nunca es aportada como prueba. En el juicio, Juan, que no puede pagar un abogado y entiende muy poco inglés, es sentenciado a muerte a pesar de que no hay evidencias físicas que le vinculen con el crimen. 16 años más tarde, el nuevo equipo de abogados de Meléndez encuentra casualmente una transcripción de la confesión grabada de James. Los fiscales retiran los cargos y Juan queda libre el 3 de enero de 2002. Le dejan en la puerta de la cárcel con 100 dólares, una camisa y unos pantalones.

Sabrina Butler-Smith

Cinco años en la cárcel de Misisipi (1990–1995), tres de ellos en el corredor de la muerte.

Sabrina Butler crece en el ambiente pobre y racista del Misisipi de los años 70. A los quince años abandona la escuela para casarse y a los 17 ya es madre de dos niños: Daniel y Walter. En 1989, se acerca por la noche a la cuna de Walter, su bebé de nueve meses, y ve que el niño no respira. Alarmada, agarra al bebé, avisa a los vecinos e intenta reanimarle. Al llegar al hospital los médicos certifican la muerte del pequeño.

A la mañana siguiente acude a la policía donde un detective comienza a increparla: “¡Sabemos que has sido tú la que has matado a tu bebé!”. “¡Lo pisoteaste y lo aplastaste contra el suelo! ¡Tú lo mataste!”. Sabrina entra en pánico. Intenta explicar que ha tratado de salvarle la vida y que los moratones en el cuerpo del niño los provocaron los ejercicios de reanimación, pero diga lo que diga, él sigue gritando una y otra vez que ha matado a su hijo. El interrogatorio se dilata durante más de tres horas. Sabrina está aterrada. En ese estado de ánimo, le hacen firmar una declaración de culpabilidad repleta de mentiras. “Firmé mi nombre en letras diminutas, en el margen, para mostrar alguna forma de resistencia al abuso de poder que ejercían sobre mí. Tenía 17 años. Las personas que dicen que nunca firmarían una confesión falsa nunca han estado en mi lugar”. Después de esto la trasladan a la cárcel y ni siquiera se le permite salir para asistir al funeral de su hijo. El juicio tiene lugar en marzo de 1990. El tribunal programa su ejecución para el 2 de julio de 1990 mediante inyección letal. Mientras, los periódicos publican titulares del tipo ‘Condenada a muerte la madre más depravada que un niño podría tener’.

Después de su condena, Sabrina presenta una apelación ante el Tribunal Supremo. Su madre mientras trabaja incansablemente para demostrar su inocencia y consigue que un gran abogado, Clive Stafford Smith, acepte llevar su caso altruistamente. En 1992 el tribunal revoca su sentencia, declarando que la acusación no ha probado que el incidente fuera algo más que un accidente. En 1995 se reabre el juicio. Un vecino de Sabrina presenta pruebas que corroboran la versión de que las lesiones sufridas por el niño fueron provocadas por los intentos infructuosos de reanimarle. Además, el médico forense declara ahora que la muerte de Walter pudo deberse a una enfermedad renal.

Sabrina es declarada inocente en diciembre de 1995 convirtiéndose así en la primera mujer exonerada del corredor de la muerte en los Estados Unidos. Regresa a su pequeño pueblo, Columbus, donde todos la reconocen como ‘la mujer que ha matado a su hijo’. Nunca consigue que nadie la contrate para ningún tipo de trabajo. Con la indemnización recibida por su injusta condena, compra una casa junto a la suya y vive de alquilarla. Poco después de salir libre se casa con Joe Porter, uno de los guardias del corredor de la muerte. Juntos han tenido dos hijos, Joe Jr. y Nakeria.

Fotografía polaroid que Sabrina mantuvo en la pared de su celda durante los años pasados en prisión. Delante Sabrina y su madre Rose Smith. Detrás sus hermanos Anthony y Keith Smith. Tomada en una de las primeras jornadas de visita durante su cautiverio en el corredor de la muerte. 1990.
Fotografía polaroid del oficial de prisión Joe Porter que se enamoró de Sabrina. Se casaron en 1996, ya fuera de prisión.
Sabrina Butler, de uniforme en el Instituto Caledonian, a los trece años. Misisipi. 1983.
El bebé de Sabrina, Walter D. Butler, a los cuatro meses de edad, justo antes de morir en 1990. Una de las fotografías polaroid que Sabrina mantuvo colgada en la pared de su celda durante sus años en el corredor de la muerte.